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El origen del fuego según los Sipai

El fuegoNuevamente hacemos llegar a ustedes otro mito de los pueblos aborígenes americanos. En este caso, se trata de un antiguo relato de la tribu Sipai de Brasil, donde explican cómo descubrieron el fuego. Algo que es tan sencillo de obtener para nosotros hoy, para las sociedades primigenias el fuego constituyó algo totalmente revolucionario ya que no solo cocía los alimentos, sino que además facilitaba la caza y permitía sobrevivir los inviernos.

Como suele suceder en esta clase de mitos que apuntan a un génesis u origen de algo, suele existir la figura del héroe, que simplifica el relato y a la vez actúa como factor educativo para los integrantes de la tribu. Sin más prefacio, aquí va la historia:

Los indios Sipai cuentan que había una vez un gran héroe llamado Kumafari el Joven, que tenía ese nombre porque era el hijo de otro gran héroe, Kumafari el Viejo, su padre.

En aquellos tiempos el buitre andaba siempre revoloteando por ahí con un tizón encendido entre sus garras, burlándose de Kumafari y su gente, porque no habían descubierto cómo hacer fuego. El joven héroe propuso entonces el robo del tizón de fuego, pero no sabía cómo podía lograrlo.

Observaba que el buitre siempre hacía lo mismo: se posaba en un árbol, dejaba el tizón entre las horquillas de las ramas y después bajaba al suelo a comer carroña. Así que el robo debía darse en un momento de descuido del ave. Kumafari intentó varias estrategias para apoderarse del fuego: una vez se hizo el muerto, otra vez se convirtió en ciervo; pero el buitre siempre desconfiaba y terminaba por descubrir la trampa. Solía decirle: ¡No me engañas! ¡Yo sé que quieres robarme!

Un día Kumafari tuvo una idea mejor. Se acostó en el suelo, extendió y hundió sus brazos en la tierra; así sus brazos se convirtieron en dos arbustos con cinco ramas cada uno, una rama por cada dedo de la mano. El buitre lo vio y pensó: -¡Esta vez Kumafari está muerto de veras y sin sus brazos no podrá robarme el fuego!- Entonces se posó en uno de los arbustos, sin sospechar que dejaba el tizón en la mismísima mano del héroe. En un segundo, el hombre cerró la mano, se levantó de un salto y huyó con el fuego.

-¡Qué vergüenza Kumafari! -dijo el ave- ¡Eres hijo del gran Kumafari el Viejo, y no sabes hacer fuego!? ¡Para tener fuego hay que poner al sol palos de uruks y hacerlos girar uno sobre otro!

-Está bien -dijo Kumafari-, ahora también sé tu secreto, pero de todas maneras me quedaré con el tizón! Así fue como el buitre perdió el tizón y los Sipai consiguieron el fuego, aprendiendo a hacerlo todas las veces que lo necesitaban.

Bibliografía:

– Ferro, Beatriz: Leyendas de América: El Fuego y los Cuenta cuentos y otras leyendas, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1968.
– Díaz, Cristina: El fuego, en Nuestros Orígenes, 20/12/2007. [Imagen: fuego.jpg]
<http://www.mundofree.com/origenes/habitat/fuego.htm>

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Una vida sin esperanzas ultraterrenas

Pareciera que el vivir el día a día, el minuto a minuto, segundo a segundo sin pensar en una vida después de la muerte sea un producto del hombre moderno; que no confía en avatares ni en dioses.

Sin embargo, esa creencia está lejos de ser una novedad: Primero porque las posturas ateas y agnósticas ya se practicaban en la antigüedad, y segundo porque existieron culturas que vivían el «día a día». Una de ellas fueron los antiguos sumerios (3000 aC), que practicaban una vida sin esperanzas ultraterrenas, pero con una particularidad: aún sin esperanzas, creían en los dioses.

¿Cómo se explica esa aparente contradicción? Bueno, los sumerios creían que sus dioses estaban presentes en las fuerzas de la naturaleza desde los inicios del Mundo Conocido. De los dioses primigenios hermafroditas que provenían de la Nada: un gran abismo sin forma, el mundo no conocido (estos dioses representaban la dualidad Bien-Mal, Masculino-Femenino) surgieron los dioses para el plano terrenal que fue dividido en 3 grandes regiones: el Cielo (del señor Anu), La Tierra (gorbernada por Enlil) y el Mar (de Ea). El inframundo era un plano reservado para la «no existencia» y el sufrimiento. Ea había creado a los hombres a partir del barro, y uno de los primeros fue Adapa. Progresivamente, el primer humano fue aprendiendo las enseñanzas de Ea, necesarias para vivir en el mundo, sin embargo, Adapa no gozaba de la vida eterna porque no era un dios.

Tras una furiosa tempestad, Adapa se había sujetado de las alas de un demonio y se las arrancó. Anu no vió esas acciones con buenos ojos y mandó a llamarlo. Ea pensó que querían matarlo, por lo cual prohibió a su hijo comer o beber cualquier cosa que le invitaran. Sospresivamente, Anu quería darle una oportunidad al humano y le ofreció el pan y el elixir de la Vida Eterna, pero éste obedeció el consejo de su padre. Anu, encolarizado, ordenó a sus espíritus sirvientes que se apoderaran de él y lo devolvieran a la tierra. De esa manera surgió el Pecado Original, imborrable, porque a partir de allí los hombres vivieron con una marca divina que les hacía recordar por siempre lo que pudieran haber sido: el alma. Al morir, el alma no ascendía al plano celestial, puesto que corrompida, debía ir al Inframundo.

Los hombres a apartir de allí, solo podían recibir el favor de los dioses para asuntos cotidianos de su vida mortal, por lo cual la riqueza, la salud, la gloria y la fama se convieron en las ideas principales de trascendencia (ser más de lo que se es). Sin embargo, no podían dejar de recordar lo que habían perdido:


Fuente: «La Historia empieza en Súmer», de Samuel Kramer.

Enlil, señor de la Tierra dictó los oficios posibles por los cuales el hombre podía «trascender». El oficio más admirado por todos era el de escriba, porque lo que estuviera escrito y registrado tenía una validez enorme para cualquiera. La escritura, representaba la PALABRA hecha acción. Nadie podía ir en contra de lo que estuviera escrito. Así comenzaron a formarse distintos códices del cual el código del rey Hammurabi se considera el más antiguo, aunque sin embargo, no lo es.