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Ensayo Crítico de “Un mundo sin sentido”

Por Ramiro Martinez, Ariel Montero Ponce, Maximiliano Molina.
Estudiantes de Pedagogia en Historia y Geografia, Universidad de Concepción, Chile.

Zaki Laïdi plantea en su libro “Un mundo sin sentido”, que después del fin de la Guerra Fría, no solo se “enterraron” las grandes ideologías, que habían movido al mundo durante gran parte de la historia moderna, además de esto se habrían apagado para siempre dos siglos de Luces. La caída del Muro contribuyo a desintegrar los fines por los cuales se había movido el mundo durante años, con esto se pretende explicar la perdida del Sentido, en organizaciones institucionales (Estados Territoriales, Organizaciones religiosas, Organizaciones Sociales, Etc).

Por sentido, según el autor, se entiende “como una triple idea de Fundamento, de Unidad y de Finalidad”. De fundamento, es decir, de principio básico que se apoya un proyecto colectivo. De Unidad, es decir, de conjunción de imágenes del mundo dentro de un esquema general coherente. De finalidad, como una proyección hacia una parte que se cree mejor.

Dentro de este esquema utilizado por el autor creemos que es pertinente señalar que no concordamos con la idea central que finalmente titula la obra, por lo tanto a continuación explicaremos las razones de nuestra discordancia con las ideas planteadas.

[PDF] Un mundo sin sentido
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Análisis de la obra de Zaki Laïdi.

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El paradigma del Progreso

La actividad intelectual de mediados del siglo XIX apareció a simple vista como revolucionaria, pero en realidad era un conjunto de prácticas y hallazgos que servían para difundir ideas de una sociedad burguesa orgullosa de sus logros anteriores y en busca de los próximos.

En vez de revolución, la ciencia del siglo XIX se caracterizó por un paradigma del progreso. Este concepto refiere al mejoramiento de algo que tuvo un inicio y va en camino hacia una perfección. El que mejor supo ilustrar este sendero en su época fue Augusto Comte, al establecer tres estadios para el progreso en una sociedad:

Teológico: El hombre en sociedad explica su situación y entorno por medio de una voluntad divina o superior a él.
Metafísico: El hombre en sociedad reconoce la existencia de procesos internos que no puede explicar.
Científico o Positivo: El hombre en sociedad solo confía en lo que observa en el medio exterior a través de la Ciencia y la objetividad.

Aspecto intelectual Aspecto Material Tipo de unidad social Tipo de orden Sentimiento predominante
Teológica Militar Familia Doméstico Cariño
Metafísica Legalista Estado Colectivo Veneración
Positiva Industrial Especie Universal Benevolencia

Los hombres cultos de la Europa Occidental de la época pensaban que su saber se situaba en el último Estadio: el científico. De hecho, cuando apareció la Psicología, no todos la aceptaron como ciencia, puesto que la filosofía del Positivismo negaba la importancia de los procesos internos del hombre: las conductas que el hombre manifestaba en el mundo exterior eran suficientes para definir su funcionamiento, mientras que los pensamientos del hombre, la personalidad y sus procesos mentales pertenecían al plano metafísico. Además todo lo que se observaba debía hacerse sin emitir juicios de valor, razón por la que se consideraban «objetivos». Las Ciencias Sociales creadas a fines del siglo XIX, no hablaban de «comprender» al hombre y su entorno, puesto que su objetivo era «explicar» como funcionaba, utilizando el método de las Ciencias Naturales, que era el único que permitía validar cualquier investigación como científica.

Rápidamente, la burguesía adoptó el progreso con sumo agrado y lo convirtió en sinónimo de competencia. Traducido en el ámbito social se puede hablar de un darwinismo social, porque cada persona era «libre» de competir con otra por una determinada actividad en el mercado, con lo cual se justificaba el evidente sistema de desigualdades dominante (que dividía a los que podían competir, de los que no podían), la “superioridad” del hombre blanco europeo sobre otras etnias, y la diferencia de estadios entre las regiones. Lo que no le decían a la gente, era que el hombre se estaba seleccionando a sí mismo eligiendo quienes debían sobrevivir o no, según los intereses de los grupos dominantes del sistema.

Al invertir el burgués en las ciencias, no fue casual que éstas tuvieran un desarrollo asimétrico: La química y la física fueron vitales para el desarrollo industrial preelectrónico al explicar cómo se producían procesos puntuales y prácticos. La filosofía y la historia solo sirvieron para justificar lo que se hacia en ciencia, y la posición política de determinados personajes. En cambio, la matemática fue la ciencia que más debate generó, al plantear modelos revolucionarios para su tiempo (y que no se aprovecharon). La biología no tuvo la repercusión adecuada, debido a que los mayores beneficiados eran los labriegos o médicos. Ni siquiera Marx pudo escapar de este discurso uniforme y positivista, sin embargo, propuso la perspectiva histórica dentro de su conocido análisis del capitalismo. Por lo tanto, la idea del progreso se propagó inclusive dentro de las esferas intelectuales socialistas y anarquistas, mientras continuó siendo una herramienta de dominación de una sociedad burguesa vigilante y controladora.

La religión siguió representando la fuerza de la tradición, muy fuerte en los sectores populares, pero aún presente en hombres de confesa actividad política de derecha o de izquierda. Como contrapartida, un viejo enemigo volvía a presentarse: el anticlericalismo. Éste era una herencia del librepensamiento de las clases aristocráticas, y de los intelectuales académicos, sin embargo siempre estuvo presente en posturas tan antagónicas como el liberalismo y el socialismo que lo incluían dentro de su cuerpo de ideas: uno proclamaba la tolerancia religiosa y el ateísmo voluntario, mientras que el otro directamente suprimía la religión por considerarla un mecanismo más de dominio similar al Estado. Por eso el siglo XIX presenta nuevos ataques contra las iglesias, la aparición de múltiples sectas y religiones alternativas, y la constante defensa de los dogmas ante propuestas científicas que ponían en ridículo al Génesis, reservándolo solo para el plano de la Fe.

El arte también formó parte de este gran movimiento secular: en arquitectura se prefirieron construcciones funcionales y prácticas (solo suntuosas cuando se tenía la inversión como para demostrar la opulencia), la literatura promueve la prosa moderna y las novelas, mientras la música abandona un poco el baile aristocrático para obtener ritmos más legres y entretenidos (abundan las fiestas juveniles y los music halls). El mecenazgo presentó nuevos patrocinadores del arte: los burgueses industriales. Al mismo tiempo, surge una nueva categoría de artista: el bohemio, que es aquel que no recibe patrocinio de nadie. Por su trabajo independiente y móvil fue frecuentemente vinculado al pensamiento anarquista y socialista. La máximas expresiones del progreso también se hacen presentes en el arte mediante el realismo y el naturalismo, traspasaron las fronteras conforme al avance del paradigma progresista.

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Reflexiones sobre la modernidad e identidad latinoamericana

Por Fabián Gaspar Bustamante Olguín.

20 años, estudiante de Licenciatura en Historia.
Universidad Diego Portales, Santiago, Chile.

Lo que pretendo hacer en este ensayo es realizar una reflexión en torno a la modernidad y si ésta ha afectado a la identidad latinoamericana.

Para eso, me gustaría hacer mención al concepto de modernidad, siguiendo la línea de Marshall Bergman , en su texto «Todo lo sólido se desvanece en el aire», para acercarme al problema de la identidad latinoamericana. Bueno, para Bergman la modernidad lo ve como un proceso dialéctico, es decir, como algo que nos puede llevar a la felicidad, pero que a su vez nos puede llevar a la infelicidad. Yo interpreto esta definición de Marshall Bergman como un “arma de doble filo”, porque si bien la modernidad con su carácter totalizante (que penetra en todas las esferas de la sociedad, ya sea cultural, política, económica y social) nos ha llevado a notable progresos, en donde el ser humano es el centro de este proyecto para lograr su felicidad. Sin embargo, este proyecto también ha llevado a cabo las escenas más tristes y horrendas de nuestra historia.

Marshall Bergman realiza una periodificación de la modernidad, dividiéndola en tres fases: La primera fase va desde el siglo XVI hasta el siglo XVIII. En esta primera fase de la modernidad, no existe una conciencia de que se esté participando en este proyecto de modernidad, en términos más simples, no se percibe aún tal concepto. En la segunda fase que va desde el inicio de la Revolución Francesa en 1789 hasta finales del siglo XIX la situación cambia radicalmente: hay una plena conciencia en un proyecto modernizador de la sociedad, y se lo critica y modifica ampliamente. La tercera fase (ya para terminar el concepto de modernidad según Marshall Bergman) se sitúa en el siglo XX hasta nuestros días, es aquí donde la modernidad ha penetrado en todos los aspectos, y ya no se vive con la intensidad como el de la segunda fase.

¿Podemos hablar de modernidad en América? No completamente, debido a que este concepto, en primer lugar, no es traído por los conquistadores. Y mientras en Europa la identidad implicaba cierto aire de progreso y modernización en América presentó matices muy diferentes, según señala Walter Mañolo, que aparecen principalmente en la etapa poscolonial y que benefician a ciertos grupos sociales hegemónicos, en desmedro de los nativos. Es decir, dentro del proyecto de identidad que se impulsó a partir de los siglos XVIII y XIX no se incuían a todos los habitantes del continente. Como señala Mañolo, pasaba lo siguiente:

“América (…)no es un nombre que llegó a constituir la identificación territorial de la corona española o de los españoles en las Indias Occidentales, sino de la población y de los intelectuales criollos, de ascendencia española y líderes de la independencia durante el siglo XIX, nacidos en América.”

Te invito a seguir profundizando la problemática bajando el ensayo completo:

[PDF] Identidad y modernidad latinoamericana
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Ensayo con base en Bergman, por Fabían G. Bustamante Olguín.