Categorías
Historia Historia Antigua Mitos y Leyendas Multimedia e Imagen Recursos

Una vida sin esperanzas ultraterrenas

Pareciera que el vivir el día a día, el minuto a minuto, segundo a segundo sin pensar en una vida después de la muerte sea un producto del hombre moderno; que no confía en avatares ni en dioses.

Sin embargo, esa creencia está lejos de ser una novedad: Primero porque las posturas ateas y agnósticas ya se practicaban en la antigüedad, y segundo porque existieron culturas que vivían el «día a día». Una de ellas fueron los antiguos sumerios (3000 aC), que practicaban una vida sin esperanzas ultraterrenas, pero con una particularidad: aún sin esperanzas, creían en los dioses.

¿Cómo se explica esa aparente contradicción? Bueno, los sumerios creían que sus dioses estaban presentes en las fuerzas de la naturaleza desde los inicios del Mundo Conocido. De los dioses primigenios hermafroditas que provenían de la Nada: un gran abismo sin forma, el mundo no conocido (estos dioses representaban la dualidad Bien-Mal, Masculino-Femenino) surgieron los dioses para el plano terrenal que fue dividido en 3 grandes regiones: el Cielo (del señor Anu), La Tierra (gorbernada por Enlil) y el Mar (de Ea). El inframundo era un plano reservado para la «no existencia» y el sufrimiento. Ea había creado a los hombres a partir del barro, y uno de los primeros fue Adapa. Progresivamente, el primer humano fue aprendiendo las enseñanzas de Ea, necesarias para vivir en el mundo, sin embargo, Adapa no gozaba de la vida eterna porque no era un dios.

Tras una furiosa tempestad, Adapa se había sujetado de las alas de un demonio y se las arrancó. Anu no vió esas acciones con buenos ojos y mandó a llamarlo. Ea pensó que querían matarlo, por lo cual prohibió a su hijo comer o beber cualquier cosa que le invitaran. Sospresivamente, Anu quería darle una oportunidad al humano y le ofreció el pan y el elixir de la Vida Eterna, pero éste obedeció el consejo de su padre. Anu, encolarizado, ordenó a sus espíritus sirvientes que se apoderaran de él y lo devolvieran a la tierra. De esa manera surgió el Pecado Original, imborrable, porque a partir de allí los hombres vivieron con una marca divina que les hacía recordar por siempre lo que pudieran haber sido: el alma. Al morir, el alma no ascendía al plano celestial, puesto que corrompida, debía ir al Inframundo.

Los hombres a apartir de allí, solo podían recibir el favor de los dioses para asuntos cotidianos de su vida mortal, por lo cual la riqueza, la salud, la gloria y la fama se convieron en las ideas principales de trascendencia (ser más de lo que se es). Sin embargo, no podían dejar de recordar lo que habían perdido:


Fuente: «La Historia empieza en Súmer», de Samuel Kramer.

Enlil, señor de la Tierra dictó los oficios posibles por los cuales el hombre podía «trascender». El oficio más admirado por todos era el de escriba, porque lo que estuviera escrito y registrado tenía una validez enorme para cualquiera. La escritura, representaba la PALABRA hecha acción. Nadie podía ir en contra de lo que estuviera escrito. Así comenzaron a formarse distintos códices del cual el código del rey Hammurabi se considera el más antiguo, aunque sin embargo, no lo es.

Puede interesarte también:

Ayúdanos compartiendo éste contenido en: