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El hombre de las Cuatro Nobles Verdades

Aproximadamente por 563 aC, en la India septentrional, nacía Siddarta Gautama o mejor conocido como «Buda», después de haber alcanzado la Iluminación. Él era hijo de un rey, y como tal, disfrutó de todos los placeres habidos y por haber. Como todo príncipe que se hiciera respetar, seguía las enseñanzas del hinduísmo, y gozaba de las bondades del Sistema de Castas, por el cual cada quien tenía su lugar en la sociedad según el mandato de los dioses. Esta «medida» permitió que se mantuviera la elite de gobernantes y las desigualdades sociales. Tuvo esposa, hijos y concubinas, algo normal para la sociedad de aquellos tiempos.

Los relatos sobre Siddarta entre la realidad y la leyenda, comentan que en algún momento el joven necesitó un cambio de vida y de perspectiva, ante la pobreza de los de abajo y la injusticia de la cual era testigo. A los 29 años dejó su familia, se rasuró la cabeza y decidió vivir como mendigo errante, hasta que se sentó debajo de un Árbol a meditar el propósito de la vida (nótese las relaciones con otras cosmovisiones que hablan del Árbol de la Vida, El del Bien y el Mal, Yggdrasil el árbol de la mitología germana, etc.).

Luego de meditar (la leyenda habla de «7 veces 7 días» de tiempo) se dedicó a predicar lo que había aprendido por toda su región. Conforme se fue haciendo popular, las gente lo empezó a llamar «Buda» («El Iluminado») y muchos lo siguieron porque aseguraba que les iba a enseñar el camino para llegar al estado de Iluminación o Nirvana. Así Buda enseñó que el mundo estaba compuesto de elementos materiales y espirituales, que algunas personas pueden tardarse toda una vida o incluso muchas para llegar al Nirvana, pudiendo reencarnar en otra vida para seguir progresando en el camino hacia la luz o no. Este cuerpo de ideas se apoya en una concepción cíclica del universo, (en cambio la concepción lineal ve un inicio y un posible final en sucesivas escalas de «progreso») por la cual este cambia todo el tiempo, y donde la vida y la muerte son solo ciclos necesarios para lograr esos cambios, pero que no se dan una sola vez.

La forma de escapar a ese «círculo» (también llamado «Rueda del Karma») es siguiendo el camino trazado por el reconocimiento de la Cuatro Nobles Verdades. Buda decía que:
1- La vida está considerablemente compuesta de sufrimientos.
2- Esos sufrimientos son resultados del deseo y el egoísmo.
3- El sufrimiento acaba cuando el «yo» deja de contar para pasar a formar parte de un «Gran Yo Único».
4- Para llegar a ese estado de «Nirvana» se necesita vivir una existencia basada en la meditación y la abnegación.

Obviamente, tales consejos no son fáciles de comprender. Ya en los tiempos de Buda estaban en la encrucijada, sin embargo eso no evitó que sus enseñanzas se difundieran por gran parte de Asia a través de sus seguidores y sucesores que fundaron pagodas y templos por doquier. Sin embargo, esta religión al igual que otras, también posee movimientos y divisiones internas, o sea; diferentes tipos de budismo.

Para conocer más sobre la vida de Siddarta Gautama, te dejo con este documental de la BBC, que encontré en Digizen, y que quiero compartir con ustedes:

[google 185812058748112905 Life of Buddha]

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La locura de las brujas

bruja.jpgEn el artículo anterior habíamos hablado del año 1000 y su relación con el concepto de herejía, que no implicaba necesariamente algo en contra de la Iglesia Católica, sino un movimiento intelectual nacido de ella para mejorarla. Sin duda, para los grupos de poder de la época, la idea de cuestionar los dogmas de la Iglesia significó también el cuestionamiento de la sociedad feudal toda, razón por la cual en vez de comprender a los renovadores, se dedicaron a perseguirlos (1).

Creada la Santa Inquisición, esta se dedicó a perseguir a los disidentes y a través de diversos medios, hacerlos renunciar a sus creencias y devolverlos a la «FE ÚNICA». Los principales objetivos eran los grupos mesiánicos, aquellos que cuestionaban fuertemente los dogmas y predicaban públicamente el regreso a la espiritualidad, el alejamiento de las prácticas icónicas, pero lo más importante era «volver a la vigilancia porque se acercaba el final de los tiempos». Así como diversos grupos creyeron que el mundo saltaría en esquirlas para el año 2000, la gente creía en esa época que el año 1000 era la fecha de las fechas. Muchas personas dejaron sus pertenencias materiales, y se dedicaron al ayuno o la vida recluida en monasterios. Algunos de esos grupos mesiánicos eran pacíficos, pero los aguerridos (como los taboritas, los flagelantes, y otras alas disidentes de la misma Iglesia), predicaban la llegada de la «Edad del Espíritu» donde solo los piadosos podían entrar, mientras que los malvados debían ser eliminados. Estaban cansados de la corrupción social y sobre todo la eclesial, así que para preparar el escenario del regreso de Jesús en 1260, no tuvieron problemas en hacerles la guerra a los impíos.

¿Pero en qué momento se llegó a pensar que las mujeres podían ser sospechosas de brujería y qué tiene que ver con lo anterior? Bueno, recordemos que aquellas sociedades eran machistas y que en el imaginario popular la figura de la mujer desde el Génesis no fue vista como positiva. La mujer era sinónimo de pecado, de lujuria y placer. Cuando los agentes de la Iglesia no encontraban en un pueblo al líder mesiánico disidente, se las arreglaban para culpar a mujeres inocentes de incursionar en hechicería. Luego, se dedicaban a extraer confesiones por medio de diferentes mecanismos de tortura, y finalmente la pena máxima: la hoguera. Morir quemado vivo no era una aberración tal como la vemos ahora. En la época creían que el fuego purgaba los pecados porque era lo más parecido al concepto de luz que significaba Dios («Lumen Gloria»).

Muchas «brujas» confesaban sus actividades en reuniones secretas llamadas «aquelarres», donde se reunían con otras colegas a adorar a l ángel caído, es decir, al Diablo. Acudían allí volando a veces en escobas, y otras simplemente transportándose. Allí cometían orgías, asistían a la «Misa Negra», y aprendían los secretos de la oscuridad. Algunos historiadores creen que en la época existían mujeres que practicaban antiguas creencias anteriores a la Fe católica, como rituales egipcios, griegos o celtas, y que la gente supersticiosa asociaba esas prácticas con actividades diabólicas y maléficas. Otros piensan que la razón de estas fantasías se encuentran en los mecanismos de tortura de la Iglesia, que hacían «confesar» cosas hasta el más valiente, incluso, estos viajes a los aquelarres.

A mí me resultó interesante el trabajo de Marvin Harris (2), donde comenta en gran parte como funcionaban los mecanismos de tortura. Adelanto una parte del resumen de Renato Mansur:

La dificultad con las «confesiones» estriba en que se obtenían habitualmente mediante tortura. Esta se aplicaba rutinariamente hasta que la bruja confesaba haber hecho un pacto con el diablo y volado hasta un aquelarre. Continuaba hasta que la bruja revelaba el nombre de las demás personas presentes en el aquelarre. Si una bruja intentaba retractarse de una confesión, se la torturaba, incluso con más intensidad, hasta que confirmaba la confesión original. Esto dejaba a una persona acusada de brujería ante la elección de morir de una vez por todas en la hoguera o volver repetidas veces a la cámara de tortura. La mayor parte de la gente optaba por la hoguera. Como recompensa por su actitud de cooperación, las brujas arrepentidas podían esperar ser estranguladas antes de que se encendiera el fuego.

El autor también comenta que era común en la época el uso de remedios extraídos de plantas y hierbas de la naturaleza. Muchas de esas infusiones y ungüentos tenían propiedades alucinógenas. Estas drogas, combinadas con la locura de las brujas, hacían que algunas mujeres «se creyeran» los viajes al aquelarre, que en conjunto con las prácticas inquisidoras se volvían realidad, cuando en realidad eran fantasías. También el autor recalca que además de «purgar» pecados, los agentes de la Iglesia hacían negocio confiscando los bienes de las «brujas» así como los de su familia.

Todos estos elementos continuaron en la mentalidad colectiva y configuraron a la bruja típica de los siglos XVI a XVIII: la vieja con verrugas, poderes ocultos, escobas y en compañía de un gato negro o un cuervo. Para más información recomiendo visitar esta página.

Y recomiendo la descarga de este excelente resumen de Renato Mansur:

[PDF] La locura de las brujas
» 111,9 KB - 805 descargas - (Ayuda para éste recurso)
Resumen sobre la problemátima de la brujería y la herejía en la Edad Media.

Bibliografía consultada:

(1) Duby, Georges: El año mil, Cladema, 1988.
(2) Harris, Marvin: Vacas, cerdos, guerras y brujas, Alianza, Buenos Aires 1991.

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El llamado a la primera cruzada. Su sentido escatológico

Por Gonzalo Verbal Stockmeyer

En junio de 1095 el Papa Urbano II (1088-1099) pasa de Italia a Francia. Nadie sospecha el sentido último de su viaje. Al parecer, sólo quiere volver a tomar contacto con su tierra natal (había nacido en Champagne) y reeditar sus tiempos de monje cluniacense. Durante varios meses, el Papa recorre el sur y sudeste de Francia. El 5 de agosto se halla en Valence y el 11 del mismo mes llega a Puy. En octubre recorre Lyon y Borgoña. Y el 25 de ese mes, consagra el altar mayor de la gran basílica de Cluny, que había comenzado a construir el abad Hugo (1024-1109). Después se dirige a Souvigny para rendir homenaje a San Mayolo (906-994), considerado el más grande santo de los abades cluniacenses.

Desde Puy, el 15 de agosto, el Papa había convocado a un concilio a celebrarse en Clermont. Ni esta convocatoria ni el desarrollo mismo del Concilio hacen pensar en algo extraordinario. En efecto, el encuentro episcopal de Clermont, abierto el 18 de noviembre, se dedica al tratamiento de asuntos eclesiásticos; referidos 1) al clero francés; 2) a la reforma de la Iglesia (investidura de laicos, práctica de la simonía, relaciones adúlteras del rey de Francia, etc.); y 3) a
la Tregua de Dios, que se amplía al conjunto de la Iglesia.

Sin embargo, el 27 de noviembre, Urbano II hace que Clermont se convierta en uno de los concilios más importantes de toda la Historia: pronuncia una predica que, por la gran afluencia de clérigos y laicos, debe celebrarse en las afueras de la ciudad.

En dicha predica, el Papa se refiere a la grave opresión de la Iglesia de Oriente. Y, en efecto, los selyúcidas (dinastía turca) habían ocupado el Asia Menor y destruido y profanado las iglesias y Santos Lugares de la Cristiandad. El Papa llama a una intervención militar en Oriente contra los musulmanes.
El éxito de la arenga es inmenso; el pueblo presente
habría gritado “Deus lo volt”, Dios lo quiere.

El 1 de diciembre llegan mensajeros del poderoso conde de Toulouse, Raimundo IV de Saint Pilles, para informar de la disposición de su señor a tomar parte en la Cruzada. Cuando envía a estos mensajeros, Raimundo no podía aún tener conocimiento del discurso del Papa en Clermont, por lo que debió conocer con anterioridad los propósitos de Urbano II. Pero sobre esto último no existe constancia empírica.

El objeto material o contenido del presente ensayo es, precisamente, la mencionada predica de Urbano II, que constituye el llamado a la Primera Cruzada. Y el objeto formal o punto de vista, es su sentido escatológico, es decir, la visión de tal empresa como un camino seguro hacia la vida eterna.

Aparte de la necesaria bibliografía secundaria, acudiremos a cuatro fuentes que dan cuenta del referido discurso:

– Roberto El Monje: Abad de St. Remi. Presencia el discurso y participa en el sitio de Jerusalén de 1099.

– Guibert de Nogent: Nace en 1053 y es Abad de Notre Dame de Nogent, puesto que desempeña hasta su muerte en 1124.

– Foucher de Chartres: Escribe en 1127 como si hubiese estado presente en la predica. Además, participa en la Cruzada de Esteban de Blois.

– Guillermo de Tiro: Nace en Jerusalén en 1127, su obra se extiende hasta 1184.

Todas estas fuentes las hemos extraído del apéndice documental contenido en la obra del medievalista chileno José Marín Riveros denominada Cruzada, Guerra Santa y Yidah. La Edad Media y nosotros (Ediciones Universitarias de Valparaíso, Instituto de Historia Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Valparaíso, 2003, p. 133 y ss.)

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