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Historia e Historias: Teoría de la historia

Historia e Historias: Teoría de la historia [i]

Es una práctica normal en toda obra que pretenda aproximarse al estudio de una ciencia empezar planteando el objeto, las características, los limites e interioridades de la ciencia en cuestión. Definir, en definitiva, dicha ciencia en todos sus aspectos. Definir la historia, sin embargo, no es tarea fácil. En primer lugar, porque, como recuerda Pierre Vilar en un estudio reciente, «“historia” designa a la vez el conocimiento de una materia y la materia de este conocimiento».[ii]

Aunque pueda parecerlo, no se trata simplemente de un problema conceptual ni de un juego de palabras. Hegel fue ya consciente de esta diferenciación cuando señaló que la palabra historia «significa tanto historiam rerum gestarum como las res gestae mismas, tanto la narración histórica como los hechos y acontecimientos».[iii] El concepto historia incluye, pues, la realidad histórica tal y como objetivamente acaeció, y el conocimiento histórico, o sea la ciencia que pretende desvelarnos, mediante el trabajo del historiador, la realidad histórica.

La importancia de este planteamiento inicial estriba en el hecho de que raramente la «realidad objetiva»; se corresponde exactamente con el producto del conocimiento, fruto del trabajo de unos hombres. Ha existido, sin duda, una historia de Grecia, de Roma, de Inglaterra, de América o de Catalunya, pero existen múltiples y a menudo divergentes historias de cada uno de estos países, continentes o imperios. Ningún relato histórico se corresponde automáticamente con la realidad que trata de aprehender, aunque en cada narración histórica pueda existir una parte de esta realidad, una parte de la verdad histórica.

Planteada la problemática en estos términos, nos hallamos, pues, ante la existencia de una historia y de múltiples historias que pueden referirse al mismo objeto de estudio. Y ello es así porque, según recuerda Adolfo Gilly, en las ciencias de la sociedad, a diferencia de las ciencias de la naturaleza, el conocimiento es múltiple, «tiene varias versiones y vertientes», en la medida en que la propia historia de la humanidad esta hecha por los hombres, «y los hombres son siempre múltiples», mientras la historia natural no depende de ellos.[iv]

Partiendo de esos supuestos, no resulta extraño que exista diversidad de formulas para definir la ciencia de la historia, en la medida en que toda definición lleva implícita una concepción determinadas de lo que debe ser la historia. H. I. Marrou, un historiador neoliberal francés, gusta repetir la frase de Raymond Aron según la cual «la teoría precede a la historia».[v] Y ello, se le dan las vueltas que se quiera, es una realidad que se trasluce implícita o explícitamente en todo libro de historia, hasta el extremo de que se puede llegar a afirmar que sin teoría de la historia no existe ni puede existir la historia.

Los historiadores positivistas del siglo XIX y buena parte de los neopositivistas actuales no se mostrarían de acuerdo con esta afirmación que, sin duda, considerarían, fuera de lugar, cuando no es falsa y ajena a la historia. Para ellos, efectivamente, la historia no pasa de ser una mera sistematización de los documentos históricos que el historiador sólo debe ordenar en su intento de reconstruir el pasado. Toda injerencia de aspectos teóricos o filosóficos, interpretativos o valorativos, supondría falsear el carácter «exacto» que debe poseer la historia. Para los positivistas, pues, la teoría no puede interferir en el estudio y posterior conocimiento de la historia.

De hecho, esta actitud de los historiadores positivistas a negarse a teorizar sobre la historia habría sido una constante general durante bastantes siglos, en los que las reflexiones sobre la evolución histórica, la historia universal y la sociedad se hacían sobre todo desde el campo de la filosofía o de la política. Desde San Agustín hasta la más recientes de la metafísica de la historia, pasando por Maquiavelo, Montesquieu o Marx, las teorías de la historia surgían como un quehacer más de las reflexiones filosóficas o de las necesidades políticas, un quehacer del cual muy pronto surgió una rama específica de la filosofía: la filosofía de la historia.

Esta situación permaneció inalterable hasta bien entrado el siglo XX. En 1928, a propósito de la edición castellana de las Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal, de Hegel, Ortega y Gasset recriminaba a los historiadores su falta de ideas, su desprecio a la teorización, su aferrarse a los documentos. «Los historiadores –comentaba Ortega- no tienen perdón de Dios», y refiriéndose al historiador positivista alemán Leopold Von Ranke, considerado como el padre de la historiografía contemporánea, sentenciaba que este «entiende por ciencia el arte de no comprometerse intelectualmente»[vi] Aun a principios de los años 60 del presente siglo, Marrou seguía acusando a la herencia legada por el positivismo de haber impedido que los historiadores reflexionasen teóricamente sobre el objeto de su estudio.[vii]

En las últimas décadas del presente siglo, y con los precedentes _clásicos_ de Marc Bloch y Lucien Febrve, los dos fundadores de la Escuela francesa de los Annales, la situación empezó a cambiar rápidamente. Y ya, con conocimiento de causa, desde la realidad de su trabajo cotidiano, de sus «historias» en suma, el historiador ¡por fin se comprometió intelectualmente! El progresivo rigor que ha ido adoptando el estudio de la historia, la demanda social –cada vez mas creciente– de estudios históricos que permitan el conocimiento del pasado, la pugna ideológica que en un mundo como el actual, de profundos contrastes ideológicos, ha alcanzado también a la historia, han contribuido decididamente a la toma de postura teórica por parte del historiador. Las profundas crisis sociales, políticas e ideológicas que han conmovido el siglo XX no han sido tampoco ajenas a esta necesidad sentida por el historiador para teorizar sobre su trabajo.

Pero, como ya se ha dicho, la existencia de una teoría de la historia no solo se reduce a estudios específicos que abordan la problemática concreta de los aspectos epistemológicos de la historia. En todo discurso histórico, en todo libro de historia, subyace una teoría, una idea concreta sobre la realidad histórica que se estudia, una forma de concebir los útiles indispensables que a través del conocimiento nos permitirán aproximarse al objeto de estudio, y, en consecuencia, subyace una proyección de la conciencia del historiador en todas sus dimensiones posibles sobre el pasado. Incluso el historiador positivista que pretende llevar hasta las últimas consecuencias el objetivismo científico, parte de una determinada teoría del conocimiento histórico. Pretender, como a menudo lo hacen los objetivistas, que el conocimiento histórico es ajeno a influencias ideológicas supone, cuando menos, una falta de honradez profesional, que tiende a esconder la naturaleza social, política e ideológica del producto histórico.

Pero, ¿qué se entiende por teoría cuando nos referimos a la historia? En la mayoría de ocasiones las teorías de la historia formulan los principios generales según los cuales se pretende explicar toda la evolución de la humanidad, sus cambios y transformaciones, sus avances, retrocesos o estancamientos: la búsqueda de unas leyes últimas por las cuales se rige el desarrollo histórico. Cuando San Agustín elaboró su teodicea de la historia afirmaba que toda la historia de la humanidad era el efecto directo de una sola causa: la voluntad divina. Trece siglos más tarde, Montesquieu, en L’ esprit des lois, buscaba en los factores geográficos –y especialmente en el clima- las razones que determinaban las evoluciones sociales, aunque ya situaba la historia en un nivel estrictamente humano. Y cuando en el siglo XIX, Marx se desmarcaba de las teorías universalistas y metafísicas y enunciaba el principio según el cual «toda la historia de la humanidad hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases», situaba en el terreno de las relaciones sociales la casuística fundamental de la evolución social.

Marrou, sin embargo, entiende por teoría la posición que consciente o inconscientemente adopta el historiador con respecto al pasado: elección y delimitación del tema, cuestiones planteadas, conceptos a que se recurre y, principalmente, tipos de relaciones, sistemas de interpretación, valor relativo que a cada uno se le adjudica. Es la filosofía personal del historiador la que le dicta la elección del sistema de pensamiento en función del cual va a reconstruir y, según cree, a explicar el pasado.[viii] Y niega explícitamente la posibilidad de hallar leyes generales que, según el historiador galo, «son meras similitudes parciales, dependientes del punto de vista momentáneo que el historiador haya preferido adoptar para fijarse en unos cuantos aspectos del pretérito».[ix]

Sería fácil observar cómo Marrou confunde teoría con interpretación y con método histórico. A menudo, la Escuela de los Annales ha sido acusada también de obviar la teoría, de confundir teoría y método, y absolutizar la metodología como eje fundamental del conocimiento histórico.[x]

Es evidente, pues, la falta de acuerdo que existe en el momento de definir conceptos que a simple vista parecen tan elementales, como es el caso concreto de la teoría. Ciertamente, su contenido varía según la corriente de pensamiento o escuela que la formule. Y la historia, como proceso de pensamiento que es, no esta exenta de la fragmentación que existe en todas las ciencias de la sociedad. La existencia de múltiples teorías de la historia –aunque por teoría entendamos realidades diferentes– es un reflejo más de las diversas concepciones ideológicas asumidas por los hombres. Y el historiador, no lo olvidemos, elabora su producto, formula sus teorías, adopta una metodología u otra a partir de la adscripción ideológica en la que se sitúa. Retengamos, pues, de todo lo dicho hasta aquí, que es completamente lógico, de acuerdo con la propia naturaleza humana, que exista multiplicidad de historias referidas a una sola Historia, como también es lógica y normal la multiplicidad de teorías de la historia y de teorías del conocimientos.[xi]


[i] Acápite realizado por el profesor Guillermo Billeke (Q.E.P.D) del texto, Pelai Páges, Introducción a la Historia. Barcelona, Barcanova, 1983, págs.11-15.

[ii] PIERRE VILAR, Iniciación al vocabulario del análisis histórico. Barcelona, Crítica, 1980, pág.17.

[iii] G.W.F. HEGEL, Lecciones sobre la filosofía universal. Madrid, Revista de Occidente, 1974, pág. 137.

[iv] ADOLFO GILLY, Historia y poder, en Nexos (México), nº34, octubre de 1980, pág 3.

[v] H.I. Marrou, El conocimiento histórico. Barcelona, Labor, 1968, pág. 37.

[vi] JOSE ORTEGA Y GASSET, La Filosofía de la Historia de Hegel y la historiografía, en HEGEL, Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, pág.17.

[vii] MARROU, El conocimiento histórico, pág.12.

[viii] IBID,. págs. 137-138.

[ix] IBID,. Pág. 147.

[x] Véase el artículo de JOSEP FONTANA I LÁZARO, Ascens i decadencia de LÉscola dels “Annales”, en Recerques (Barcelona), nº4, 1974, págs. 283-298.

[xi] Véase a este respecto los planteamientos que sobre la epistemología de la historia y de las ciencias sociales en general hace CIRO F.S. Cardozo, Introducción al trabajo de la investigación histórica. Barcelona, Crítica, 1981.

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La imagen de la naturaleza entre europeos y asiáticos

Este escrito es una forma de complementar sobre el tema Occidente v/s Oriente que planteó Mario Molina, en una reflexión anterior. No obstante, la reflexión hecha por Molina sólo da cuenta de una parte de oriente -que en este caso serían los árabes-, y faltó, por tanto, los “orientales” de más allá. Por ende, nuestra reflexión será acerca de la imagen de la naturaleza de los europeos y los asiáticos, respectivamente, lo que me lleva pensar lo diferentes que somos.

Si entre Oriente y Occidente la concepción del hombre y las ideas de Dios eran distintas, la imagen de la naturaleza que teníamos ambos mundos no podía ser más opuesta. En Europa, el paso de una cosmología egocéntrica a otra heliocéntrica se realizó gracias a un proceso de investigación sobre el mundo exterior, en el que el análisis primero y después la abstracción matemática desarrollaron el racionalismo cuantitativo. Y mientras que en Europa la explicación de las realidades objetiva y subjetiva se hacía en base al principio de causalidad, en Oriente todo se entendía bajo el principio de analogía. Los saberes “experimentales” de Occidente chocaban con los saberes “sapienciales” de Asia. Aquellos correspondían al campo de la ciencia; éstos, por el contrario, se movían en el terreno de la sabiduría. Para cultura europea, la naturaleza, que es objetiva, está fuera del sujeto, es susceptible de ser aprehendida cognoscitivamente por la mente creadora del sujeto y, después, puede ser transformada. Mientras que, para la cultura asiática, la propia naturaleza envuelve al sujeto, de la que ésta es una parte pequeña, incluso insignificante, que diluye en el todo de la naturaleza.

Cuando estos dos universos axiológicos tan dispares, por no decir antagónicos, entraron en contacto en los siglos XVI y XVII no cabía otra salida que la del diálogo, la comprensión reciproca y el respeto mutuo. Sin embargo, eso no ocurrió y, fue la violencia “racional occidental” la que se impuso entre los orientales, incluso, hasta hoy en día.

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Historia; ¿Para quien?

Historia; ¿Para quien?[1]

¿Para que o para quien se enseña la historia?, una pregunta difícil de responder, pero el contexto actual de la educación nos señala de antemano; que se enseña para formar y continuar el perfecto funcionamiento del modelo actual, por lo cual tampoco se enseña con igualdad para todos ya que tristemente para que este modelo funcione bien, unos deben ser mas “capaces” que otros, entendiendo la necesidad de suplir espacios en la sociedad previamente limitados.

Distintos autores han abordado con profundidad estudios acerca de la finalidad de la educación, trabajos como “La Reproducción” de Pierre Bourdieu, resultan bastante certeros a la hora de contextualizarnos un rol “objetivo” de la educación (la reproducción de los parámetros económicos y de clase en el educando).

Bajo el alero de la teoría de la reproducción; la historia cumpliría un rol fundamental en la formación de ciudadanos o de “sujetos/objetos”, sujetos por la libertad de pensar, expresar o consumir, objetos por estar destinados a ocupar un lugar en la maquinaria social y económica.

La dinámica interna, de la educación ha sido delimitada, dejando solo un pequeño espacio para la innovación, intento decir que es una idea bastante utópica desligarse de los planes y programas educativos que designa el estado, mediante los cuales se rige o se controla a los educadores durante el proceso de entrega de conocimientos o conocimiento histórico[3].

Como se resalta en el texto, podemos reconocer dos finalidades del conocimiento histórico; como primera instancia, la formación de un pensamiento histórico y la formación de una conciencia moral-valorativa.

Según lo anterior, resulta claro que el día de hoy en las escuelas o en la cotidianidad misma se usa y ha usado la historia como un mecanismo para la creación de una conciencia moral valorica que rige o patenta al sujeto como ciudadano común y servil, entregándole a este una historia basada en hechos puntuales construidos por “personajes” imitables, pero en ningún caso cuestionables; ejemplos de vida para cualquier individuo, ejemplos que hacen sentir al sujeto como parte de un país.

No se si estaré especulando demasiado, pero en este punto también podemos percatarnos de la importancia que va adquiriendo la “fantasía” en el aprendizaje, ya que la historia se difunde y arraiga con mayor impacto, cuando se le atañen elementos fantasiosos, llegando a mitificar a sus personajes; haciéndolos cada vez mas heroicos.[4]

Por otra parte el acondicionamiento de una historia destinada a la formación de una conciencia histórica, implica el derribamiento de las verdades históricas, derribar al “Prócer” para entender el “proceso”.

Lamentablemente, la construcción de una historia alternativa, no implico un desligamiento de los códigos científicos o lingüísticos, reservando esta “otra” historia para unos pocos capaces de descifrarlos.

Por lo cual la creación de una conciencia histórica de clase, se vio coartada.

A modo de conclusión se puede señalar que a pesar de que hoy en la actualidad los programas educativos estén destinados a continuar un proceso de reproducción social y cultural de los sujetos, se puede enseñar historia desde otra perspectiva para intentar entregar al educando las herramientas necesarias para que estos puedan interpretar y analizar la historia, una historia de la que también son parte, por cual merecen sin duda alguna ser libres de hacerle las preguntas que deseen.

Al incitar al educando a analizar la historia, es hacerlo conciente de la misma, por lo cual se transformaría en un sujeto conciente de su historia como de su clase; paradójicamente hoy en día vivimos en un mundo de clases, en donde la lucha de clases no existe a pesar de que las mismas clases están marcadas por una diferencia económica y de posibilidades muy distante entre las clases bajas y la clase alta.

Creo que educar de un modo distinto sin dejar de lado los programas establecidos, es parte del reto de las próximas generaciones de educadores, ya que al ser testigos de cómo se usa la pedagogía para formar, disciplinar y construir, también podemos observar que esta se puede usar para liberar y destruir la omnipotencia de la historia de las “Very Important People” para entregarle al sujeto una historia de la cual todos somos parte.


[1] Ensayo basado en “¿Qué es la enseñanza de la historia?…” Carmen Aranguren R.

[3] Al profesor de historia se le indica; enseñar una historia lineal, enfocada en los hechos, sin importar si el educando comprende o no la historia, lo valido para el alumno es aprender los datos que le preguntaran en “Prueba de Selección Universitaria”.

[4] Un caso bastante conocido por nosotros, es el de los soldados de la “Guerra del pacifico” y la sugestión del alcohol con pólvora, el cual los volvía mas intrépidos y valientes, de tal forma que gracias a esa extraña bebida, se pudo ganar la guerra.